Algunos defensores de Israel
(des)califican a los críticos del Estado judío de antisemitas. A veces esta calificación se
utiliza de forma incorrecta, sea por error o como estrategia discursiva para hacer
callar a un hablante sin que este sea antisemita. No obstante, muchas veces, el
uso del adjetivo está justificado. Desde la izquierda no se tiene ningún
problema en utilizarlo para describir la
ideología o los actos (neo)nazis, pero
en las propias filas no se suele sospechar de antisemitismo. No obstante, creo
que el antisemitismo es uno de los grandes problemas no resueltos de una parte
importante de la izquierda.
Como casi todas las ideologías,
también el antisemitismo ha vivido cambios con el tiempo. Así, el mismo término antisemitismo era el intento
de distanciarse del anti-judaísmo y de dar al rechazo a los judíos un carácter científico
(basándose en las teorías de la raza muy populares hacia finales del siglo XIX
y principios del siglo XX). Una vez dotado de esta aura científica, muchos
“patriotas” del centro de Europa se declaraban a sí mismos antisemitas y defendían abiertamente que los judíos minaban
a los Estados nacionales y la libertad de sus ciudadanos. Esta referencia
afirmativa al antisemitismo quedó descalificada casi de golpe. Auschwitz mostró
al mundo a dónde es capaz de conducir el
antisemitismo.
No obstante, aunque el
antisemitismo abierto desapareció de los discursos públicos del centro de
Europa después de la segunda guerra mundial, no desaparecieron las figuras
retóricas, estructuras mentales y formas de pensar del antisemitismo. Como el
antisemitismo trabaja con figuras mentales de liberación y emancipación de la
población y de la nación frente al capital y al poder supranacional
(personalizada en forma de los judíos) estas figuras mentales se encuentran
muchas veces en los patrones de argumentación de la izquierda.
Una de estas formas tiene que ver
con la imaginación de un poder exagerado de los judíos. Mientras el racismo
opera con el miedo a la masa de otros imaginados como inferiores (p.ej. sucios,
vagos, criminales…), el antisemitismo opera con el patrón de otro como poco
visible, situado entre nosotros pero no obstante muy fuerte, astuto e
internacionalmente organizado. En la ilusión antisemita, los judíos o Israel
como “el judío entre los Estados” aparecen como mucho más fuertes de lo que realmente
son. Así, estudios como el Eurobarometro, que preguntan a los ciudadanos sobre su percepción
de los diferentes Estados, muestran que
con regularidad Israel es visto como el
país que más amenaza la paz mundial. Con ello Israel se coloca por delante de
países con fuerza militar importante y mundialmente en uso como los EEUU o
países como Corea del Norte, Irán, Irak o China. Imaginar que un país
de menos de 8 millones de habitantes sea capaz de amenazar la paz mundial, sólo puede
explicarse como una ilusión paranoica.
Lo mismo se puede decir sobre la
afirmación de que los judíos tienen demasiado poder en el mundo económico o en
el mundo financiero. Estas dos preguntas
se plantaron a ciudadanos europeos en un estudio de la Anti Defamation League.
Resulta que España es el segundo país donde más arraigado está el estereotipo
del judío con grandes poderes económicos; sólo superado por Hungria, país que
ha ganado notoriedad en los últimos meses por ataques violentos a judíos. Dos
tercios de la población española creen que es “probablemente verdad” que los
judíos tengan demasiado poder en el
mundo económico.
Uno de los peligros de esta forma
de pensar reside en que el antisemitismo se imagina la lucha contra este poder
enorme como una liberación, como una emancipación. Esta figura supuestamente
emancipadora resulta especialmente atractiva para la izquierda. En la lucha
contra el “gran poder de Israel” o la “gran influencia de los judíos y del
sionismo en el mundo” el antisemita de izquierdas se cree involucrado en una
lucha contra los más poderosos. Imaginarse la lucha contra un Estado de apenas
8 millones de habitantes como una lucha por la paz mundial y con ello para la
emancipación mundial, sólo puede ser visto como una quimera.
“¿Escribir un ensayo contra el antisemitismo? Bien. Pero prefiero bates
de béisbol.” (Woody Allan).
El antisemitismo es una manía. La
diferencia entre una manía y otras enfermedades es que los otros enfermos saben
de sus problemas de salud. El maníaco cree en la realidad de sus ilusiones. Si
el antisemita supiera de su antisemitismo, no sería antisemita.
Cuando Israel ataca a posiciones
de Hamás desde donde se lanzan cohetes a civiles, el antisemita habla de
genocidio y de un nuevo Holocausto. Cuando Israel deja de atacar y construye
viviendas en territorios disputados, el antisemita sigue hablando de estrategia
genocida. Y cuando Hamás asesina a civiles en un autobús, una cafetería o una
discoteca de cualquier ciudad israelí, el antisemita culpa a la política genocida
de Israel. Al paranoico no se le puede convencer con argumentos. Intentar
argumentar con antisemitas significa más bien tomar en serio su ilusión y
admitir la posibilidad de que sean reales.
Si aquí se ha optado por el uso
de los argumentos, no es para convencer al paranoico de la imposibilidad de sus
ilusiones, sino para evitar la ofuscación de aquellos que todavía son capaces
de utilizar su razón. Hay que decir claramente que no toda la crítica a Israel
es antisemita. Igualmente, no todo el antisionismo utiliza retóricas
antisemitas. Pero la crítica a Israel que cae en la trampa de imaginarse a
Israel como fuerza poderosa y peligro para la paz mundial, sí lo es. Si la
izquierda quiere seguir siendo una fuerza emancipadora, tiene que desarrollar
una sensibilidad para figuras antisemitas y evitar este tipo de
argumentaciones. Defender la justicia y la emancipación significa también
analizar los propios errores, prejuicios y efectos no deseados.
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